En la aldea
Hay ocasiones en las que escribir este diario es una tarea muy penosa. Hay hechos de los que no quisiera tener que dejar constancia.
Sin embargo, si no escribiera, me parecería que todo tiene menos sentido aún; que lo que estamos viviendo se perdería en el vacío del tiempo y lo habríamos vivido para nada. Así, quizá alguien, algún día, pueda aprender algo de todo esto.
Han pasado cosas terribles en los últimos días, y me pregunto cómo podemos seguir adelante. Supongo que tenemos más capacidad de supervivencia de lo que creemos. Y una capacidad inagotable de esperanza. Quizá ésa es nuestra mejor arma para sobrevivir.
Nerine, la mujer australiana que tantos problemas nos estaba dando, ha resultado ser no sólo problemática, sino el mayor peligro, el más inesperado, el más traicionero. Los muertos no son conscientes de sí mismos ni de lo que hacen; y por eso no se les puede culpar, porque no actúan por decisión propia. Pero que un ser humano mate a otro de manera absurda, por rabia, por venganza, por pura maldad, hace que todo se derrumbe, que perdamos las fuerzas. A pesar de todo lo que ha cambiado en el mundo, el ser humano sigue siendo el peor enemigo del ser humano.
Nerine ha matado a Fran.
Esa mujer desquiciada, una persona molesta, inútil, ha acabado con la vida de otra que era un gran apoyo para los demás, una persona fuerte, generosa, sensata, llena de vida y de valor. Una persona necesaria y querida por todos.
Así de absurda es a veces la vida, y así de insoportable.
El momento en que descubrimos lo que había pasado es indescriptible.
Yo estaba en el dormitorio con Holden cuando oí unos gritos desoladores. Holden seguía inconsciente, así que bajé, muy asustada, para ver qué ocurría. Entonces vi a Roquito, Carlos y Juan Miguel forcejeando con Nerine, que parecía tener la misma fuerza que ellos tres. Y vi a Fran con su vida derramada en el suelo por el cuchillo que los demás intentaban arrebatarle a Nerine.
Y vi a Anasister arrodillada junto al cadáver de su hermano, paralizada, sin reaccionar de ninguna manera. Montse estaba junto a ella, abrazándola y llorando.
Era una escena irreal, me parecía que yo soñaba, que lo que veía lo estaba imaginando. Por un momento estuve yo también conmocionada, incapaz de reaccionar.
Por fin, cuando fui consciente de lo que había ocurrido, me sentí absolutamente desvalida. Creo que fue entonces cuando de verdad comprendí lo mucho que necesito -que necesitamos- a Holden.
Al cabo de un rato los chicos habían encerrado de nuevo a Nerine en la cochera, y habían llevado el cadáver de Fran a la parte de atrás de la casa, al campo. Había que actuar con rapidez para evitar que… se transformara. Y enterrarlo.
Entre Montse y yo habíamos conseguido que Anasister se levantara del suelo, que se separara de Fran y que dejara que se llevasen su cuerpo. La pobre muchacha estaba loca de desesperación, lloraba sin consuelo posible, repitiendo el nombre de su hermano y maldiciendo a Nerine, jurando que la mataría… incapaz de aceptar lo que había pasado. Temimos verdaderamente por su estabilidad mental y su integridad física, y decidimos que no había que dejarla sola ni un momento.
Pero todos estábamos agotados, exhaustos, tanto física como mentalmente. Yo había subido de nuevo para acompañar a Holden. No podía dejar de vigilarlo por si despertaba o tenía alguna reacción, algún cambio en su estado.
Carlos, que estaba ya de antemano débil y agotado, había subido también, por insistencia de todos nosotros, a descansar un poco, y Montse lo acompañó.
Roquito, aunque estaba también destrozado por la muerte de Fran, por este nuevo dolor que se suma al de los amigos perdidos anteriormente, no quiso separarse de Anasister, que había caído en un profundo sueño que tenía más de inconsciencia que de descanso. Creo que su mente se había rendido, se había apagado después de soportar tanta tensión.
Juan Miguel se quedó también en el salón con ellos, para no dejar solo a Roquito, y por si éste, finalmente, se dormía vencido por el agotamiento.
Yo necesitaba descansar también, pero sólo conseguía dormitar a intervalos. Era imposible dormir con tanta agitación y tanto dolor acumulado en la casa.
Sobre la medianoche oí murmullos en el salón, y a continuación a alguien que subía la escalera. Me asomé a la puerta de la habitación y vi a Roquito que, arrastrando los pies, se dirigía a uno de los dormitorios. Sin duda, Juan Miguel lo había convencido para que se acostase e intentara descansar un poco. Tenía que estar rendido, por el cansancio y por la tensión tremenda que llevaba todo el día soportando, desde que partiera, muy temprano, con Fran, en busca del Doxma que creíamos encontrarían en el coche abandonado.
Aproximadamente una hora después oí de nuevo ruidos abajo. Era un forcejeo apagado, como si dos personas discutiesen en voz baja. Salí de nuevo a la escalera y oí que Juan Miguel trataba de detener a Anasister. Ella estaba intentando abrir la puerta de la cochera, y comprendí que quería entrar para acabar con Nerine.
Tardé sólo unos segundos en bajar la escalera, pero ese tiempo fue suficiente para que Nerine, como un diablo liberado de su encierro, empujase la puerta de la cochera desde dentro y se abalanzara enfurecida sobre Anasister.
Juan Miguel intentaba separarlas cuando yo llegué hasta ellos. Parece imposible pero lo cierto es que Nerine agarraba a Anasister con tal fuerza que no conseguíamos separarlas.
Es difícil relatar todo lo que ocurrió a continuación. En su forcejeo demente, Nerine hizo caer al suelo a Juan Miguel, que se golpeó la espalda contra una mesa baja y por unos instantes no pudo moverse. En esos segundos Nerine consiguió arrastrar a Anasister hasta la puerta de la casa, mientras murmuraba: “¡Eres mala, eres mala!”. Yo tiraba de ella intentando liberarla, pero solo conseguía frenarla un poco. Entonces Nerine alcanzó la puerta, la abrió, y dio un fuerte tirón de Anasister que, con ese impulso, llegó al umbral. Yo seguía sujetándola de un brazo, y de no haber sido así, habría caído a la calle… Entonces consiguió agarrarse al quicio de la puerta con el otro brazo mientras Nerine tiraba de ella por la cintura. En ese momento Juan Miguel llegó hasta nosotras y le dio un puñetazo a Nerine. La mujer, con expresión de sorpresa por el golpe, perdió el equilibrio, soltó por fin a Anasister, y fue ella la que calló a la calle. En el mismo instante, Juan Miguel nos empujó a nosotras hacia dentro de la casa y cerró la puerta con todas sus fuerzas. “¡Se acabó la cabrona ésa!”, gritó.
Anasister y yo, llorando, lo abrazamos.
La pelea, sorprendentemente, había transcurrido casi en silencio. Pero el portazo y la exclamación de Juan Miguel sí consiguieron despertar a Roquito, Carlos y Montse, que llegaron al salón a toda prisa.
Les explicamos lo que había ocurrido, y a la indignación que provocó todo el suceso le siguió un profundo alivio.
Quizá sea extraño, pero lo cierto es que Montse y yo no pudimos evitar un pensamiento de compasión por Nerine. Aunque nos resultase indeseable, se nos hacía muy difícil admitir que la habíamos dejado en la calle, a merced de los muertos. Pero Juan Miguel nos hizo comprender que todo eso lo había provocado ella misma, que si había caído a la calle era porque había intentado echar a Anasister. Y que la única manera de salvar a nuestra amiga había sido deshacerse de Nerine.
Fue una noche intensísima, no es necesario decirlo, pero además, a todo esto que he relatado hay que añadir aún otro hecho sorprendente, emocionante, y que nos afianzó definitivamente en la idea de que Nerine no merecía nuestra compasión.
Ya iba a ser imposible dormir esa noche, así que Juan Miguel y Carlos decidieron que era conveniente limpiar el garaje. Se referían, claro, a limpiar la sangre del suelo, el siniestro recordatorio de la muerte de Fran. Montse y Roquito se quedaron acompañando a Anasister, que lloraba y temblaba, no sé si de fiebre, de rabia, de miedo, o de todo junto.
Yo subí de nuevo para quedarme con Holden.
Por desgracia, con él todo seguía igual. Inconsciente, con la respiración muy débil, inmóvil.
Al poco rato los demás entraron en la habitación y me sorprendieron, porque su actitud era la de quien trae muy buenas noticias.
Entonces me pusieron en la mano un pequeño frasco de plástico. Estaba sucio pero intacto, y en la etiqueta se leía claramente la palabra Doxma.
Levanté la vista y los miré, preguntándoles sin necesidad de pronunciar una palabra. Juan Miguel y Carlos explicaron que lo habían encontrado en el suelo del garaje, casi escondido detrás de un saco, junto con la Biblia de Nerine.
Comprendimos que esa loca, que no dejaba de sorprendernos aun sin estar presente, había tenido siempre consigo el remedio por el que mis amigos se habían arriesgado tanto; que Fran debía de haber descubierto que lo tenía y que por eso ella lo había matado; y que ella, egoísta, inhumana, no había dicho que disponía de lo que Holden tanto necesitaba.
Holden, que le salvó la vida cuando apareció en la aldea.
Pero no era momento de detenerse a maldecir a esa mujer una vez más. Había que darle a Holden el jarabe de inmediato, si es que no era ya demasiado tarde.
Anasister me advirtió que Holden no podía tragar, inconsciente como estaba, y que si no teníamos mucho cuidado podríamos provocar que se ahogara. Pero no quedaba más opción que correr ese riesgo. Era la única posibilidad de salvarlo.
Así que, siguiendo sus indicaciones, con miedo y todas las precauciones posibles, conseguimos introducirle el jarabe por la garganta.
Esperamos un tiempo, quizá media hora, pero no hubo ninguna reacción por parte de Holden. Yo me quedé junto a él, y los demás fueron a descansar, aunque Anasister y Montse se relevaron para acompañarme.
Al cabo de una hora, cuando ya amanecía, hubo un cambio notable. Su respiración comenzó a ser más acentuada y profunda.
En ese momento Anasister estaba conmigo, y de inmediato lo examinó. No tenía fiebre y la presión arterial era normal. No tenía taquicardia ni ningún otro síntoma que pudiésemos detectar, teniendo en cuenta que no disponemos de más medios que un botiquín casero y los conocimientos de enfermería de Anasister.
Han pasado dos horas desde que le dimos el jarabe.
En estos momentos escribo junto a él. Me siento esperanzada, convencida de que va a despertar de un momento a otro.
****************************
El furgón avanza entre soleadas llanuras.
En la distancia, las colinas se suceden en suave declive sobre interminables extensiones.
Grupos de encinas destacan de vez en cuando como manchas en un pálido lienzo.
La luz de la mañana es intensa, pero María José nota a través de los párpados cómo las nubes ocultan el sol a intervalos, sombreando aquella tierra vacía.
Ha cerrado los ojos esperando encontrar una señal, pero el intento de aislarse no le ha dado ningún resultado.
Nacho la mira un instante cuando ella se masajea las sienes
Decide entonces detener el furgón y apaga el motor, buscando el silencio.
- ¿Nada? - le pregunta.
María José niega con la cabeza. Del asiento trasero les llega el gemido de Solito, ese afónico suspiro que emite cada vez que se detienen.
- Mejor te dejamos un momento a solas – dice Nacho mientras desciende y abre la puerta trasera.
- No hace falta, no necesito...
- Lo sé - dice Nacho – Pero inténtalo otra vez. Volvemos enseguida.
Ella mira cómo Solito se encamina con alegres brincos hacia una arboleda cercana. Nacho lo sigue despacio, inspeccionando atentamente el lugar.
María José vuelve a cerrar los ojos e intenta concentrarse.
Inspira hondo y prolonga la espiración.
Piensa en Nerine.
“Vamos”, susurra, “Dime dónde te encuentras”
Escucha los despreocupados ladridos del perro en la distancia y por un instante imagina a sus hijas jugando con él.
Los pensamientos se columpian entre el pasado y el presente.
“Qué fácil era la vida entonces...”
Recuerda el extraño sueño que tuvo de madrugada.
Con el paso de las horas se ha ido diluyendo, pero había algo inquietante en él, y decide retomarlo mentalmente.
Estaba dormida, con el cuerpo completamente relajado, cuando de repente sintió una presión en los hombros, como si la zarandearan por un motivo urgente. Se despertó con la sensación de que alguien la necesitaba.
Decidía levantarse y salir de la habitación.
¿Era aquella su casa?
No estaba segura de si se encontraba en algún momento anterior o posterior a la tragedia, pero no sentía pena ni preocupación alguna, solo la curiosidad por saber quién la llamaba.
En la penumbra del salón destacaba la rectangular claridad de una ventana. Allí había alguien, en el exterior, sentado en el estrecho quicio, como si fuera el lugar más cómodo del mundo.
Era un bulto oscuro con ojos redondos y muy brillantes y que al verla la saludó.
Ella se quedaba quieta, mirando, y aunque la presencia era perturbadora, no le infundía ningún temor. Muy al contrario, aquel ser aparentaba estar perdido y asustado y hasta parecía haberse emocionado al verla.
“¿Qué ha pasado?”, podía leer en sus vivos ojos, “¿Por qué ha cambiado todo tanto?”
“¿No lo sabes?”, contestaba ella sin necesidad de abrir la boca, “El mundo ya no es el mismo. Ha muerto mucha gente”
“Sí, hay mucho silencio. Pero tú estás viva. Para nosotros es muy importante que aún quede gente viva” “¿Para nosotros?”
“Para mi familia”
“¿Quién es tu familia?”
“Dime, esos extraños animales que caminan por todas partes... ¿Qué hacen aquí? No los queremos”
“Nadie los quiere”
“No soportamos su olor. Nos hace daño. ¿Por qué no los obligáis a marcharse? Vosotros sois fuertes”
“No es tan fácil. Son muchos y son peligrosos”
“Mi familia ha esperado a que hicierais algo”
“¿Qué quieres decir? ¿Quién es tu familia?”
“Nunca ha habido ningún problema entre mi familia y la tuya. No queremos quedarnos solos.”
“¿Quién eres?”
“Soy el que estás viendo. Volverás a saber de mí”
Antes de abandonar la ventana, aquel ser daba unos golpes en el cristal. Tres toques suaves, luego dos más. Después desaparecía.
María José abre los ojos al escuchar ladrar a un perro y entonces se da cuenta de que se había dormido y que otra vez soñaba.
Desorientada, se incorpora asustada y ve a Nacho que vuelve deprisa hacia el furgón. Solito le sigue sin dejar de olisquear el terreno.
- ¡Mira por allí! – le dice Nacho al llegar al vehículo- Se acerca otra bandada de cuervos. ¿Sigues pensando que hay que seguirlos?
- Sí, - responde algo confusa todavía – sí, tenemos que…
- Vas a tener razón, ¿sabes? - dice mientras arranca el motor - Acabo de ver algo que me ha dejado de piedra. ¿No lo has oído?
Solito salta al asiento trasero.
- ¿El qué?
- Había un cuervo encima del furgón.
- ¿Cuándo?
- Ahora mismo, hace un par de minutos. Y ha estado picoteando el techo, ¿no lo has oído?
Nacho gira el volante para volver a entrar en la carretera y entonces acelera.
- Me había dormido – dice María José con la mirada fija en el horizonte.
- Pues yo diría que ese pajarraco quería despertarte.
Los oyen graznar mucho antes de verlos aparecer sobre sus cabezas. Les sobrevuelan como una caótica mancha moviéndose en el cielo, cambiando constantemente su forma y densidad.
- ¡Es impresionante! – exclama Nacho.
- Jamás había visto algo así
- Pero hay algo en todo esto que me preocupa… ¿No te dan mala espina?
- No, - responde María José pensando en el sueño – tengo la intuición de que solo quieren estar con nosotros.
****************************
A poco más de un kilómetro de la aldea, la concentración de cuervos es tan numerosa que el paisaje se ha convertido en un escenario fabuloso. Aquella visión resultaría irreal para cualquier ser humano que la contemplara.
En el cielo las aves se suceden, ascendiendo y descendiendo, como si se turnaran para mantener las mismas proporciones en el aire y posadas en tierra.
Los graznidos son constantes, un fragor que llega hasta la cuenca del río, donde se intensifica en una reverberación prodigiosa.
Sobre el cielo forman un círculo compacto que se mueve en una siniestra espiral, y gran parte de aquellos cuervos sobrevuelan el caserío, sobre el que descienden hasta las casas, posándose en los tejados y sobre el corral vacío, o adentrándose durante unos segundos en la frondosa higuera.
Durante largo rato, Montse y Carlos los han estado observando a través de la ventana, con una mezcla de fascinación y desasosiego, sorprendidos por algunas de sus acciones.
De vez en cuando, alguna de aquellas aves llega hasta el quicio de la ventana y se queda mirando su propio reflejo, pero acto seguido se afana en localizar a la gente que hay en el interior de la casa, como si necesitara cerciorarse de que siguen allí. Solo entonces alzan el vuelo y se marchan.
A la hora de comer, Montse intenta reunir a todos alrededor de la mesa de la cocina, pero no lo consigue.
Ángeles prefiere comer algo en su habitación, para no dejar de observar a Holden, que sigue sin reaccionar al medicamento.
Anasister, acostada en su cama, le ha prometido que bajará más tarde, pero Montse se queda afligida al observar su decaimiento.
Roquito está echado en uno de los sofás, con la mirada fija en el techo y ni siquiera responde cuando Montse lo llama.
Regresa a la cocina con aspecto abatido pero se anima al observar la euforia de Carlos al explicar a Juan Miguel lo que ha observado a través de la ventana.
“Bueno - piensa Montse- al menos ya no es el cadáver andante que parecía estos días”
- No sé en qué acabaría la cosa, Juan Miguel- sigue diciendo Carlos – Los árboles no me han dejado ver lo que ocurría después, pero los cuervos le han estado atacando durante un buen rato. ¿Verdad, Montse? - dice al verla entrar.
- Sí, - responde ella - lo vimos perfectamente. Eran tres o cuatro cuervos lanzándose sobre el muerto, picándole con fuerza en la cabeza.
- Nunca lo hubiera dicho – dice Juan Miguel – Y no podían haber llegado en mejor momento. Los teníamos por todas partes.
- No queda un puto zombi ahí afuera – dice Roquito entrando de repente en la cocina – Voy a salir.
- ¿Qué? - exclama Juan Miguel- ¿Cómo que vas a salir?
- Sí, me voy.
- Pero a dónde vas – quiere saber Carlos, que se ha puesto en pie - ¿Te acompaño?
- No, dejadme solo.
- ¿No vas a comer algo primero? - pregunta Montse.
En el salón, Juan Miguel logra ponerse delante de Roquito.
-¡Espera! Dime primero a dónde quieres ir.
- ¡No lo sé! - le grita Roquito – ¡No aguanto más aquí encerrado! ¡Necesito irme! ¡Quiero…! - y le aparta con el brazo – ¡Déjame salir!
- ¿Pero qué te pasa ahora? - exclama Juan Miguel poniendo una mano sobre la puerta.
- ¡¡Necesito encontrar a esa hija de puta y reventarle todos los huesos!! - grita Roquito fuera de sí.
- Escucha, tío, tranquilízate. Esa mujer ya debe de estar muerta. ¡Seguro! La habrán atacado los infectados... O los cuervos… Carlos dice...
- Aparta, Juan Miguel, me va a dar algo si sigo aquí adentro.
- ¡Pero podrían atacarte los cuervos! – le dice Carlos cuando Roquito abre la puerta y sale.
- ¡Que lo intenten! – le contesta apretando la barra en la mano sin mirar hacia atrás.
****************************
Cuando el furgón alcanza el cambio de rasante, el panorama impacta de tal forma a Nacho que deja de presionar el acelerador y el vehículo reduce su velocidad hasta casi detenerse.
- Hemos llegado – murmura María José ante aquel cielo repleto de aves.
- ¿Pero qué demonios les ha traído hasta aquí? - exclama Nacho -¿Por qué este lugar precisamente?
Solito, que ya mostraba síntomas de inquietud minutos antes, comienza a ladrar.
- ¿Estás segura de que son inofensivos?
- No puedo estar completamente segura, pero creo que he estado soñando con ellos.
Nacho reanuda la marcha a poca velocidad.
Sobrepasan una gasolinera a la izquierda. Poco después distinguen a la derecha un polvoriento vehículo parado en la entrada de un camino, con la puerta del maletero abierta.
- ¡Un Ford Mustang! - exclama Nacho – Es el último lugar del mundo donde hubiera pensado encontrar uno.
Solito sigue alterado, ladrando a todo lo que ve a través de la ventanilla.
Continúan por la carretera y dejan atrás el coche abandonado. El chillido de las aves en el cielo es continuo, graznidos y más graznidos superpuestos sin dejar hueco al silencio.
- Espera, Nacho – dice María José – Da la vuelta.
- ¿Has visto algo?
- No sé… Creo que ese camino…
- ¿El del coche?
- Sí, da la vuelta y baja por él.
****************************
Roquito camina deprisa, con el cuerpo en tensión. Resopla y el pulso le late en las sienes. Ha bordeado la casa con la intención de dirigirse hacia el bancal en el que la multitud de caminantes se hundió en el barro. Siente una fuerte sacudida interior cuando pasa junto al lugar en el que han enterrado a Fran.
El grito de los cuervos es en aquel punto ensordecedor, por eso no escucha el sonido de un claxon sonando en la aldea.
****************************
El furgón atraviesa la única calle hasta llegar a la última casa y allí se detiene. No han visto un alma en todo el trayecto, tan solo cuervos que los miraban un instante para levantar el vuelo de inmediato.
- ¿Crees que puede haber alguien aquí? - pregunta Nacho – Esto parece desierto.
- Vuelve a pitar – dice María José.
Todos en la casa escuchan el claxon.
Holden abre los ojos.