En la aldea
Han ocurrido tantas cosas y tan extrañas en los
últimos días, que me cuesta detener los pensamientos el tiempo suficiente para
ordenarlos y poder anotarlo todo aquí.
Lo más importante, y lo más atroz, es que Holden ha
vuelto a ser atacado por uno de esos
seres horribles.
Sucedió cuando intentaba atraer a los muertos hacia el
encierro que había preparado, y esa mujer extranjera, Nerine, que apareció en
la aldea de pronto, lo echó todo a perder.
Después del ataque Holden pudo volver a la casa, y
tras subir a nuestra habitación quedó inconsciente. Lo más sorprendente es que
al despertar parecía que, de alguna manera inexplicable, había recuperado su
verdadero carácter, que volvía a ser él mismo, el Holden que yo conozco. Había
perdido la agresividad y la intransigencia que lo han estado dominando
últimamente. Fue una bendición y una gran alegría verlo así, cariñoso,
razonable y paciente, y no sólo conmigo, sino con los demás también. Eso me dio
mucha tranquilidad, porque me resultaba muy doloroso que estas personas que
tanto nos están ayudando lo vieran de ese modo, como alguien agresivo, arisco y
desagradecido.
Además, y de manera sorprendente también, Anasister ha
logrado recordar, gracias a una palabra dicha casualmente por Holden en una
conversación, el nombre del medicamento que, según creemos, podría salvarlo. Es
un jarabe llamado Doxma. Este jarabe, por desgracia, no está entre las
medicinas que ella, Fran y Roquito trajeron de la ciudad, en aquella dramática
expedición que le costó la vida a AB.
Y para más coincidencia, Carlos, que está enfermo de
agotamiento y con mucha fiebre, ha tenido fuerzas para recordar que vio un
frasco de Doxma en la carretera, cerca de nuestra casa, junto a un coche
abandonado; y que, por alguna razón que ahora resulta providencial, lo recogió
y lo guardó en el maletero de ese coche.
Cuando nos contó esto, varios de nosotros nos
ofrecimos para ir en seguida a buscarlo. Finalmente acordamos que fuesen Fran y
Roquito, que saben con certeza dónde está el coche. Irán mañana a primera hora
de la mañana. Rezo para que encuentren el jarabe, ese bendito Doxma, y
vuelvan sanos y salvos.
No puedo ocultar que siento mucha antipatía, por no
decir pura aversión, por esa tal Nerine. Desde que apareció no ha hecho más que
estorbar y causar problemas. No hay duda de que está trastornada, se comporta
como si fuésemos enemigos y ella una prisionera. Habla sola, nos mira con
recelo y odio, y pretende que Fran, que ha conseguido ganarse su confianza, la
lleve con su marido, aunque nadie sabe dónde está. Esta tarde llegó a tal grado
de furia y de provocación que Fran la llevó al garaje y la dejó allí encerrada.
Desde el salón y la cocina la oíamos gritar y dar golpes en la puerta,
exigiendo que la dejásemos salir. Después de un rato dejó de gritar y
amenazarnos, y entonces empezó a hablar en voz alta con su marido, diciéndole
que tenía lo que él necesitaba pero no podía ir con él, que él tendría que
ayudarla a salir de allí… En fin, no sabemos a qué se refería, qué es lo que
dice tener y que él necesita… Es imposible imaginar qué ideas delirantes puede
haber en esa cabeza perturbada.
Pero antes de esto, antes de que Fran la encerrara,
hizo algo por lo que nunca la perdonaré. En su obsesión por marcharse, abrió la
puerta de la calle, sin ninguna precaución, sin conciencia de la situación en
que nos ponía a todos, y en seguida una masa de muertos se abalanzó contra la
casa, intentando entrar. Fue horrible. Sólo pensar que esa caterva de monstruos
hubiese invadido la casa, mi hogar, me aterra y me enfurece.
Mientras esa odiosa Nerine contemplaba impasible la
escena, nosotros, pero sobre todo Fran, Roquito y Juan Miguel, con muchísimo esfuerzo y riesgo conseguíamos
contener el asedio de los muertos. Pero no habríamos podido alejarlos de la
casa de no ser por Holden. Cuando ya nos creíamos perdidos, cuando ya estábamos
agotados, escuchamos los cencerros, los que Holden había preparado como reclamo
para llevar a esas criaturas infernales a su encierro. Tan débil como estaba,
se levantó de la cama, fue hacia la ventana y los hizo sonar tirando de la
cuerda… Y nos salvó la vida a todos, así de simple.
Cuando subí para verlo, lo encontré en el suelo, de
nuevo inconsciente.
Y por desgracia así sigue, sumido en un
desvanecimiento tan profundo que Anasister cree que está en coma.
Es una posibilidad que no quiero aceptar, pero tengo
que admitir que en mi corazón yo también lo creo.
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“¿Qué sentirán?”, piensa María José.
Nacho conduce por un camino rural. El brillo del sol
realza los colores del campo y ambos contemplan la belleza de los almendros en
flor. La perfumada brisa que entra por las ventanillas viene acompañada de
múltiples recuerdos de una vida que ya les parece muy lejana.
Por la cuneta, encarados hacia ellos, aparecen de
repente dos caminantes.
Son un hombre de piel muy blanca, con profundas
heridas en la cara y una mujer con el pelo largo, apelmazado en las mejillas.
Caminan uno junto al otro, mirando hacia el suelo y se detienen para levantar la cabeza al pasar el coche junto a ellos.
- ¿Qué sentirán? - dice María José mirando cómo los cuerpos disminuyen en el espejo
retrovisor.
- No pueden sentir nada – responde Nacho - Son materia
muerta.
- Pero cómo podemos saberlo realmente.
- ¿Crees que pueden sentir?
- No quiero decir “sentir” exactamente. Me refiero a
si, por ejemplo, esa pareja era consciente el uno del otro. Si percibían la
compañía.
- No lo creo.
- ¿No? Si de repente uno desaparece, ¿el otro no se da
cuenta?
- El otro seguiría caminando sin inmutarse.
- No sé, puede que tengas razón, pero a veces... -
María José se queda callada.
- Dime, - le insta Nacho a continuar - qué es lo que
piensas de ellos. Yo tengo mi propia opinión, pero puedo estar equivocado.
- Si hubieras parado junto a ellos... se habrían enfurecido, ¿verdad? Y nos habrían
atacado. ¿No es ese odio un sentimiento al fin y al cabo?
- No, porque no es odio. Simplemente se mueven por
acto reflejo, como una respuesta instintiva de sus cerebros. Ven a su alcance
la carne fresca que buscan y se mueven para conseguirla.
- Pero les cambia el gesto, se vuelven agresivos,
sacan los dientes como los animales...
- Pero no lo hacen para intimidar, es un acto
inconsciente.
- ¿Y el hambre? ¡Sienten hambre!
- No exactamente, parece que les ha quedado un
instinto muy primitivo: el de buscar sustento,
pero no sufren por ello. Si encuentran carne comen, pero si no la
encuentran pueden seguir buscando sin desfallecer.
María José vuelve a quedar en silencio durante unos
segundos.
- Es muy difícil aceptarlo – dice finalmente - Ni
hambre, ni frio, ni miedo, ni dolor...
Nada de nada. Y sin embargo...
ambos tenían la mirada triste.
- Nos cuesta comprenderlo porque nunca habíamos vivido
nada igual. Pero cuanto antes aceptemos la nueva realidad, mucho mejor.
Nacho detiene el furgón junto a un cobertizo. Ha visto una gran cuba de plástico en su
interior y piensa que podrían
transportarla a la cabaña.
“Nos vendrá bien
para almacenar agua de lluvia”,
piensa.
Cuando gira la llave del contacto y el motor se
detiene, mira a María José.
- ¿Sigues pensando en lo mismo?
- No, estaba... - empieza a decir – Me ha parecido ver
a un hombre con un cubo de pintura.
- ¿Dónde? - pregunta Nacho buscando con la mirada.
- No, no lo he visto por aquí. Me refería a...
- Ah, entiendo. ¿Solo has visto eso?
- Sí, - dice María José masajeándose la frente - ha
durado muy poco.
- ¿Pero estás bien?
- Sí, es sólo... Este lugar...
- Dime
- ¿No te pasa a ti que cuando estás en la cabaña
necesitas salir y cuando estás lejos tienes ganas de volver y encerrarte en
ella?
Nacho le sonríe.
- Siento una especie de... – continúa María José –
Creo que en todo este tiempo he estado deseando sentirme segura en algún lugar,
pero ahora que ese lugar existe... me doy cuenta de que nada ha cambiado en
realidad.
- Te entiendo, – dice Nacho – y es completamente
normal que te sientas así. Nunca podremos decir que estamos completamente a
salvo, pero tampoco conviene preocuparnos demasiado. Basta con que siempre
tengamos mucho cuidado.
Acostumbrados a la quietud del entorno, al silencio de
los paisajes en los que nada se mueve, a Nacho y María José les resulta cada
vez más fácil detectar cualquier movimiento, por leve que sea.
Pero además tienen
la suerte de tener con ellos a Solito.
Al descender del vehículo, un corto gruñido del perro
les pone alerta. Se quedan quietos,
mirando hacia un punto negro en la distancia, hasta que alcanzan a vislumbrar a
un hombre que avanza hacia ellos. Su ropaje oscuro destaca sobre el polvo del
camino, un camino recto, por un denso cañaveral
- Por un momento he pensado que estaba vivo – dice
Nacho.
Con la palma de una mano sobre los ojos, María José
observa fijamente el cuerpo, que camina con una cadencia poco habitual en los
infectados.
- ¡Es que está vivo! - exclama
- ¿Cómo lo sabes? -
pregunta Nacho, sorprendido.
En ese instante ven cómo otro cuerpo surge de entre
las cañas y se abalanza sobre el hombre. Ambos caen por el terraplén y quedan
ocultos entre la maleza.
- ¡Vamos a ayudarle! - decide Nacho - ¡Sube al coche!
- ¡No, espera!
Nacho mira a María José. Solito salta al interior del
vehículo y vuelve a bajar, inquieto.
- Ya no hay nada que hacer – dice ella pausadamente.
Nacho mira hacia el lugar en que los han visto
desaparecer. No hay movimiento en la zona, ni les llega sonido alguno.
- ¡Tenemos Doxma! - exclama
– ¡Podemos ayudarle! - Vuelve a
mirar a María José, que sigue ensimismada.
- Le ha desgarrado el cuello.
Nacho la mira desconcertado.
- ¿Estás segura? ¿Cómo puedes saberlo?
María José asiente con la cabeza.
- ¡Por Dios! ¡Ha sido todo tan rápido! ¡Pero es que ni
siquiera lo he visto reaccionar!
Nacho intuye que ella está “viendo” algo y deja pasar un tiempo antes de volver a
hablar.
- Venga, vámonos - le dice al fin – Se me han quitado
las ganas de todo.
- Sí, vámonos -
responde - pero acerquémonos hasta allí.
Necesito comprobar algo.
Suben al furgón y Nacho lo dirige hacia el estrecho
camino. Las cañas que se inclinan hacia el suelo golpean la carrocería al
pasar.
María José intuye
a un hombre pintando una sábana con grandes letras azules:
AYUDA, SU
Al llegar al terraplén
en el que desaparecieron los cuerpos, Nacho reduce la marcha y mira
entre las cañas intentando captar algún movimiento.
- ¿Ves algo? - pregunta– Yo no veo nada.
Entonces perciben un
desplazamiento de cañas entre la maleza y ante ellos surge un infectado.
A sus pies se ve parte de un cuerpo inmóvil. El muerto empieza a caminar hacia el vehículo. Tiene la
cara cubierta de sangre por completo y
también las manos, que manchan las cañas al avanzar. Solito empieza a gruñir.
- Vale, vámonos ya – dice María José.
El infectado está a punto de apoyar las manos en el
furgón cuando Nacho acelera y se alejan de allí.
- ¿Qué querías comprobar?
- Era el hombre que había visto antes.
- ¿El del cubo de pintura? ¿Es el que acaba de morir?
- Sí, y vivía cerca de aquí.
- ¿Hay más gente viva por aquí? ¿Puedes verlo?
- Por allí – dice ella señalando hacia el este – Estoy
asustada, Nacho. Jamás he estado por este lugar y sin embargo lo estoy
reconociendo.
- Tranquila, María José. No tengas miedo. ¿Dices que
hay gente viva por allí?
- No, que el hombre vivía por... ¡Espera! Te has
pasado el cruce, Nacho. Vuelve atrás.
- ¡Es fascinante! – exclama obedeciendo - ¿Eres capaz
de llevarme a su casa?
- ¡Entra por ahí!
Nacho avanza por un camino cubierto de grava entre
altos chopos de troncos plateados. A
pocos metros surge una elegante verja flanqueada por robustas columnas.
- Esta es la entrada – dice María José – Espera, voy a
abrir, no tiene candado.
Los pensamientos de Nacho se disparan. A lo incomprensible de vivir entre muertos
que caminan sin descanso, se suma la inexplicable clarividencia de su amiga.
Por un instante se siente un privilegiado aunque al mismo tiempo está confundido e inquieto
por algo tan insólito.
Atraviesan la puerta y avanzan por el camino de grava.
Al fondo ven la fachada gris de una mansión. Colgada entre dos de las ventanas
superiores hay una sábana con grandes letras azules:
AYUDA, SUPERVIVIENTES
Nacho mira a María José.
- No, no hay nadie – dice ella.
Detienen el furgón junto a una fuente circular sobre
la que emerge una estatua de piedra. Es una joven tocando un arpa. Su melancólica mirada apunta
hacia la verdosa agua estancada a sus pies. Tiene las faldas cubiertas
de líquenes y María José observa que se han roto los dedos que tocan el arpa.
- Este lugar es una maravilla- susurra Nacho- ¿Cuánta gente viviría aquí?
- Tres personas - dice María José.
- ¿Sólo tres? ¡Pero si parece un hotel! Gente rica,
eso está claro.
El perro corretea alrededor de ellos, deteniéndose de
vez en cuando a olfatear algunos lugares.
Cercados por la enorme fachada, rodeada a la vez de
altos árboles, el silencio en aquel
recinto parece un ente milenario. Solo
se escucha el crujido de sus pisadas y el aleteo de la sábana cuando la brisa
la hace ondular.
- ¿Entonces no queda nadie dentro? - pregunta Nacho.
María José ha levantado la cabeza hacia el gran
cartel. Nacho la ve cerrar los ojos y contraer el gesto. Permanece inmóvil
durante unos segundos y poco a poco su expresión se suaviza.
Cuando abre los ojos, Nacho espera alguna respuesta
positiva.
- Los dueños de la casa ya no viven. Primero falleció
el hombre, hace unas semanas. Y la mujer... la mujer murió hace muy poco.
- ¡Vaya! -
exclama Nacho.
- Estaba enferma del corazón.
- ¿Y el hombre que escribió esto...? - pregunta Nacho
señalando a la sábana.
- Trabajaba y vivía aquí, con ellos. Era el único
empleado del servicio que no los abandonó. Cuando lo vi caminar me llegó de
inmediato la pena que sentía. Por eso no reaccionó al ser atacado. Estaba como
ido.
Entran en la casa e inspeccionan las amplias estancias
de la planta baja durante largo tiempo.
Nacho siente un
escalofrío al encontrar en movimiento el péndulo del reloj del
salón. Hay un mueble de puertas de
cristal con escopetas de caza y Nacho las saca de allí y las coloca junto a la
puerta de entrada. En la cocina
encuentran una gran despensa llena de víveres.
- ¿Pero por qué no se quedó ese hombre aquí? Un lugar
como este, en una casa tan segura...
A María José se le humedecen los ojos.
- Yo lo puedo entender. Tampoco yo habría soportado
quedarme sola. Toda la vida en compañía y de repente... vivir sin nadie, rodeado
de recuerdos. ¿No te parece horrible?
Nacho se queda pensativo. En ese momento se da cuenta
de que es muy distinto a ella. Ha vivido solo durante muchos años en los que se
acostumbró por completo a la soledad, y ahora es consciente de que la nueva
vida no es para él la gran tragedia que supone para otros, que no percibe el cambio de manera tan
aplastante.
En uno de los cuartos de baño, María José encuentra un
frasco de perfume. Lo destapa, lo huele, y vuelve a dejar el frasco en el mismo
sitio. Sale del baño y cierra la puerta.
Busca a Nacho y lo encuentra en la cocina.
- Ven, vamos a comer algo- le dice al verla- Dime qué te apetece. Tenemos para elegir.
María José mira por la ventana. Los árboles se
balancean en la distancia como un verde oleaje y el sol dibuja destellos en sus
copas que a ella le parecen espuma.
- Parece que se está levantado aire – comenta.
Solito gime mirando a Nacho y éste coloca en el suelo
un plato para él.
- Toma, campeón. Que también hay para ti.
Comen en silencio. Ahora les llega con más fuerza el
sonido del viento. No pueden evitar sentir cierta inquietud, y ambos se ponen
tensos cuando escuchan las graves campanadas del reloj del salón.
- He utilizado dos cajones hondos para transportar
todo lo que vamos a llevarnos – dice Nacho – Están en la entrada. En cuanto
comamos los cargamos en el coche y nos largamos de aquí.
María José está a punto de decirle que no han
inspeccionado las plantas superiores pero se queda callada. El viento parece
haberse metido en su interior, levantando grandes nubes de luz y sombras. Ha
visto al hombre que pintó la sábana subiendo las escaleras, desesperado por no
querer dejar sola a la mujer enferma, angustiado por no tener las medicinas que
ella necesita. También lo ha visto arrodillado junto a su cama. La mujer lo
mira con infinito agradecimiento y él le besa las manos. Después él le baja los párpados y la deja en
aquella enorme cama.
Y de repente es consciente de que eso ha sucedido...
hace unas horas... ¡esa misma mañana!
Y la mujer... ¡ha vuelto a abrir los ojos!
- ¿Nos vamos? - dice Nacho.
- ¿Cómo?
- Tengo que admitir – dice Nacho- que me va a costar acostumbrarme a verte así.
Cuando estás en uno de esos trances siento que me quedo solo.
- Sí, - dice ella levantándose - ¡vámonos!
Antes de salir, Solito se pone nervioso y empieza a
ladrar en dirección a las escaleras.
Nacho se cuelga al hombro las dos escopetas y coge uno
de los cajones.
- ¿Puedes tú con el otro?
Cuando salen al exterior, el cielo se ha encapotado y
la luz es ahora lúgubre y cenicienta.
En la fuente, sobre la cabeza de la estatua hay un
cuervo que echa a volar al verles, y otro surge del interior del estanque. Entre el
viento los oyen graznar con rabia.
Solito está inquieto y cuando Nacho abre la puerta salta
al interior del furgón.
María José coloca uno de los cajones en el
compartimento trasero. Nacho ha metido allí un cuchillo grande y al verlo,
María José se encuentra cara a cara con Nerine.
Nerine tiene un cuchillo como ese y la amenaza con él.
La cara, salpicada de sangre, es tan agresiva que María José da unos pasos
hacia atrás y parpadea varias veces antes de correr a su asiento.
Cuando Nacho entra al coche y cierra la puerta, ven
cómo el viento arranca la sábana de la fachada, que vuela como una extraña ave
blanca que huyera de un peligro. La sábana planea hasta quedar enredada entre
unos cipreses.
- ¡Uff! - resopla Nacho después de un tiempo
conduciendo sin decir nada – Un día de lo más completo, ¿eh?
María José cierra los ojos cuando el vehículo pasa
entre el cañaveral.
- Estás cansada, ¿verdad?
- Sí - responde con desgana.
- Demasiadas emociones. E imagino que mucho más para
ti, por todo lo que...
- He vuelto a ver a Nerine – le interrumpe.
Nacho se queda callado, esperando a que prosiga.
- Creo que los que están con ella no se imaginan lo
peligrosa que es. Está a punto de cometer una locura. Aquella gente... necesita
ayuda.
María José no dice nada más y Nacho se queda
pensativo.
Piensa en todo lo sucedido ese día, en cómo han podido
comprobar que todo puede acabar en un
par de segundos. Imagina lo afectada que ella está, por lo mucho que le aterra la posibilidad de quedarse sola.
Es consciente de
que él no está pasando por la angustia que ella vive, que él no tiene el
sentimiento de pérdida que ella intenta superar.
Reconoce que para él no hay más preocupación que dejar
pasar tranquilamente cada día, sin pensar en el mañana.
Que él se encuentra tranquilo en la cabaña pero que
ella no lo estará nunca. Ni allí ni en ningún sitio mientras exista la posibilidad
de cualquier fatalidad que la dejara sola.
Entiende entonces que él no tiene sentido de
pertenencia, que no siente la necesidad de formar parte de un grupo, de una
comunidad en la que todos se ayuden y se hagan compañía.
Pero ella sí.
Eso es lo que más necesita María José en estos
momentos.
- Dime una cosa... – empieza a decir - ¿Crees que
serías capaz de llegar hasta Nerine?
María José se vuelve para mirarlo, sorprendida por la pregunta.
- No, - dice sin convicción - no creo...
- Yo creo que sí que podrías.
- No estoy segura, pero...
- ¿Quieres que salgamos mañana?
- ¿A buscarla?
- Si, a encontrar a esa gente que está con ella.
5 comentarios:
Nota:
La primera foto y todo lo que dice el diario es, una vez más, obra de nuestra Ángeles :)
¡Genial este nuevo capítulo!
El diario de Ángeles está muy bien, es una descripción de sensaciones desde un punto de vista único que combina perfectamente con la narración de todo el relato. ¡Me encanta como lo ha escrito!
El capítulo es muy interesante, cuenta con ese efecto de las alucionaciones de M.José y los pensamientos que tiene Nacho. Ya hay ganas de que se unan al grupo y me alegro muchísimo que Holden se haya salvado.
Besos!
Que capítulo tan estupendo :)
Cada vez me gusta más y más el personaje de Maria José, esos trances le dan mucho juego a la historia. Aunque claro, con el perdón de Nerine, tiene que ser terrible cerrar los ojos y verla en plan sanguinaria con el cuchillo. Tengo muchas ganas de ver como se resuelve esta historia y como se juntan, si es que llegan a lograrlo, los dos grupos.
¡Olé por el maestro escritor!
Antes que nada, Montse, me alegro muchísimo de que te guste el diario. Muchas gracias por decirlo.
JuanRa, el capítulo, estupendo, como era de esperar. Me gustan estos capítulos de Nacho y Mª José, porque, aparte de la emoción que añaden a la historia, en éstos dejas escapar tu vena más lírica. Me han encantado algunas imágenes y frases, por ejemplo, la sábana que sale volando "como un ave que huyera de un peligro", o los cuervos que echan a volar graznando en el viento, el reloj que sigue marcando la hora...
Muy evocador y muy bonito todo. Te felicito.
Ahora me percato de que no he respondido a vuestros comentarios, pero no dudéis de que los leo con sumo interés y que valoro todo lo que me decís.
¡MIL GRACIAS POR TODO!
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